Son vinos ligeros que se vuelven tendencia de la mano del análisis de los viñedos originarios del país. Una retorno a las uvas del pasado pero que apuntan a los nuevos consumidores.
“Enfocarse en la criolla como parte de este rescate cultural, de volver a la idea de vino de pueblo, de recuperar la identidad de cada lugar”, dice por su parte Pablo Durigutti, que comanda junto con su hermano Héctor el Proyecto Las Compuertas, en Mendoza.
Las cepas criollas se expanden por toda la región vitivinícolas, y así aparecen bajo ese paraguas, por ejemplo, el torrontés riojano, cruza de Criolla Chica con Moscatel de Alejandría. “En La Rioja tenemos un clima muy seco y en la antigüedad los riegos eran de forma tradicional con agua de superficie que provenía de las montañas. Eso ocasionaba que en años de sequía el agua escaseara y que muchas vides que estaban implantadas no toleraran esa falta de agua y murieran o vegetaran muy poco. Por ende, sus rendimientos no resultaban los esperados por lo que nuestros antepasados seleccionaron este cruzamiento natural”, afirma por su parte Javier Collovati, enólogo de la bodega Valle de La Puerta. “En esos años de escasez de agua y, por lo tanto, de concentración de las sales en el suelo, las plantas de Torrontés no se veían tan afectadas, por lo que esto originó que se propague rápidamente esta variedad en todo el norte, sin saber en ese momento que era una variedad única y propia de Argentina”, agregó.
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